29 septiembre, 2015
Por Loreto Jara, profesora e investigadora de Política Educativa de Educación 2020 Ya se nos acaba septiembre y aún sentimos temblar el suelo bajo nuestros pies. En parte porque las réplicas del 16/9 continúan –algunas más perceptibles que otras– y, posiblemente también, porque hace tiempo venimos sintiendo que las bases mismas de la República se […]
Por Loreto Jara, profesora e investigadora de Política Educativa de Educación 2020
Ya se nos acaba septiembre y aún sentimos temblar el suelo bajo nuestros pies. En parte porque las réplicas del 16/9 continúan –algunas más perceptibles que otras– y, posiblemente también, porque hace tiempo venimos sintiendo que las bases mismas de la República se tambalean.
Tres botones de muestra del sismógrafo político y comunicacional de este dieciocho: la Presidenta, considerando la contingencia, se restó de inaugurar la fonda oficial para viajar al norte; una decisión del todo pertinente, que de paso la liberó de bailar la cueca de rigor, que los medios se encargaron de recordar que en 2014 había sido acompañada por Sebastián Dávalos, su hijo, quien meses después protagonizara todo lo que ya sabemos. Desde el ala eclesiástica, el Te Deum de este año estuvo marcado por las críticas al cardenal Ezatti, por los correos electrónicos que intercambiara con Errázuriz a propósito de influencias en la decisión de cargos de la Iglesia, en actos que recibieron toda clase de calificativos, por parte de creyentes y no creyentes, sorprendidos tanto por el tono como por el fondo de esas comunicaciones. Finalmente, en un hecho que, por su elocuencia resiste poco comentario, cabe mencionar que un par de días después del terremoto, el senador Pizarro, electo por el distrito de la zona afectada, viajó al mundial de rugby de Inglaterra.
Si se hace una revisión exhaustiva del devenir político y los cambios acontecidos entre las fiestas patrias del 2014 y las del presente año, sin duda encontraríamos numerosos ejemplos de esta sensación temblorosa. ¿A qué cimientos aferrarse cuando se percibe que se nos mueve tanto el piso? Algunas recomendaciones para evitar ese movimiento fueron entregadas por el Consejo Asesor Presidencial contra los Conflictos de Interés, el Tráfico de Influencias y la Corrupción.
Una de las respuestas naturales frente a un escenario de movimiento y temblor institucional, es la idea de fortalecer la formación cívica en las escuelas. Dicha idea emanó tanto de los expertos del consejo asesor, como de muchos “ciudadanos de a pie”, que tienen a bien reconocer el rol de la escuela en la formación de valores republicanos, pero que no necesariamente alcanzan a distinguir que no se puede pedir al sistema escolar que resuelva problemas que son de la sociedad en su conjunto. Menos si le pedimos que lo solucione con recetas tradicionales, como es reponer el “ramo” de Educación Cívica, y menos aun cuando muchas de esas problemáticas son responsabilidad de un mundo adulto, que tiene una enorme distancia con la forma en que hoy están viviendo las niñas, niños y jóvenes de Chile.
Ciertamente hoy existen vacíos curriculares vinculados, por ejemplo, al sistema eleccionario, características de los poderes del Estado y conocimiento de las instituciones políticas; pero nada nos garantiza que saber cuántos diputados se eligen en Chile o qué diferencia existe entre un Tribunal de Justicia y la Corte de Apelaciones hará que alguien no se aproveche de las influencias del compadrazgo, defienda a los poderosos o ponga sus intereses personales por sobre el bienestar de la comunidad para la que trabaja.
Más que enseñar Educación Cívica como un ramo, debemos avanzar en democratizar la escuela. Si queremos desarrollar nociones, habilidades y actitudes ciudadanas, la escuela completa –o el sistema educativo en su conjunto– tiene que profundizar sus lógicas de funcionamiento democrático.
¿Cómo se avanza en la democratización de la escuela? Habrá tantos canales y vías como instituciones educativas existan. Un paso mínimo y elemental es abrir espacios de opinión y conversación dentro de la sala de clases, por ejemplo, preguntando qué y cómo les interesa aprender a las y los estudiantes, recogiendo sus intereses para el diseño de procesos pedagógicos que les permitan aprender temáticas con sentido. Fuera del aula, promoviendo instancias para la organización y participación de todos los estamentos de la comunidad escolar: consejos escolares y de curso, asambleas, parlamentos, colectivos, sindicatos o la forma que encuentren los actores de la escuela para reflexionar sobre las necesidades de la comunidad. Abriendo espacios para que, dentro y fuera de la escuela, estudiantes y profesores se encuentren con otros: actividades en que se mezclen cursos o en que se inviten a otros actores de la comunidad o el territorio, para compartir experiencias en base a un tema de interés común; hacer visitas pedagógicas a espacios que aporten al ejercicio cívico, pensar más allá de los muros de la escuela o los límites del territorio.
En formación ciudadana opera el mismo principio que en otros aprendizajes: se aprende mejor haciendo. Por tanto, si la propia escuela se democratiza, sirve como espacio de fortalecimiento de las bases que sustentan a la República, dado que es un espacio privilegiado para vivir la multidiversidad de nuestros tiempos: géneros, generaciones, culturas, creencias y nacionalidades aprendiendo juntas; avanzando en ejercicio de derechos, en participación efectiva, en creación de opinión y robustecimiento de pensamiento crítico para la transformación social. Ya no basta con reproducir un sistema cuyas bases tambalean desde lo institucional: necesitamos modificar radicalmente nuestros sistemas de creencias, para que cuando la tierra tiemble, nos pille bien parados.
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