A propósito de la iniciativa Aula Segura, te presentamos cuatro proyectos educativos que apuestan por integrar a estudiantes con problemas conductuales graves, logrando cambios ejemplares. ¿Cómo? La incorporación del territorio y el uso de innovaciones pedagógicas son dos de las claves.
Estos proyectos educativos han decidido abordar las conductas violentas de estudiantes desde una mirada formativa y no punitiva, logrando, en muchos casos, un cambio radical en ellos. Se trata de apuestas que, lejos del camino de la expulsión, entienden que el problema de la violencia es sistémico y que debe tratarse con la complejidad que requiere, con un sentido de justicia social. En medio de un debate en el que la voz de las escuelas poco se ha escuchado, te presentamos estos cuatro casos ejemplares.
Escuela Novomar: Una segunda oportunidad para estudiantes excluidos
Si bien se conformó como una escuela para estudiantes con dificultades para aprender en la educación tradicional, su visión inclusiva la llevó a convertirse en el destino de los estudiantes expulsados de otros establecimientos. Esto, lejos de lo esperado, se convirtió en una oportunidad: la escuela de Puente Alto se flexibilizó y comenzó a crear un modelo para tratar a niños y niñas con conductas violentas.
Así lo relata el sostenedor de este proyecto educativo, Hugolino González, quien cuenta que han apostado por un modelo que aborda problemáticas de violencia con diálogo, mediación y la incorporación de las familias, las que son visitadas periódicamente. Se trata de un “círculo de paz”, donde el castigo y el “autoritarismo” no tienen cabida. “Una escuela que castiga ejerce violencia institucional y esto perpetúa la violencia”, dice González.
En Novomar tampoco existen inspectores. Los tratos son horizontales y los adultos no son considerados autoridad, sino guías. “La horizontalidad permite que la convivencia sea un tema de la comunidad y que ésta participe en la gestión de la convivencia”, añade el sostenedor.
“Una escuela que castiga ejerce violencia institucional y esto perpetúa la violencia”, dice González.
Otro de los aspectos centrales es el trabajo con el territorio. La comunidad se integra en el quehacer de la escuela, con el propósito de que los estudiantes comprendan que viven en relación con otros y desarrollen su empatía. “Es importante entender dónde está inmerso el estudiante y tener flexibilidad organizacional. Se deben hacer las transformaciones necesarias para evitar la deserción”, asegura el profesional.
La corporalidad también es parte del proyecto educativo, desde la noción de que el cuerpo es una dimensión activa en el aprendizaje. “Los profesores creen que los estudiantes están en clases, pero sus cabezas están en otro lado”, dice González. Por eso crearon un aula de la corporalidad, donde a través de talleres previos a las clases conectan a los estudiantes. Incluso hoy están trabajando para enseñar Matemática a través de los movimientos del Taekwondo.
Programa EMES: La innovación como herramienta de inclusión
Desde la premisa de que cada estudiante es un proyecto educativo distinto, el 2011 la Municipalidad de Las Condes creó el programa Experiencia de Mediación Escolar Significativa (EMES), para evitar la deserción de aquellos estudiantes con fracasos escolares y problemas conductuales severos.
En salas anexas, principalmente ubicadas dentro de las escuelas, un equipo multidisciplinario trabaja con un grupo de seis niños y niñas que han manifestado conductas violentas, con un enfoque personalizado. ¿La principal apuesta? La innovación pedagógica. Así lo explica Alejandra Pérez, directora de Educación de Las Condes, quien asegura que las Redes de Tutoría y el Aprendizaje Basado en Proyectos son las dos metodologías que han cambiado la disposición a aprender de los estudiantes.
Estas estrategias los desafían desde sus intereses, promueven un aprendizaje colaborativo y así se empoderan”, afirma Pérez.
“Con estas estrategias, los niños y niñas se ha convertido en líderes de sus aprendizajes y disfrutan más. Muchos estudiantes tienen conductas irruptoras por problemas familiares, pero también hay otros que actúan así porque se aburren en clases y porque los contenidos no tienen sentido para ellos. Estas estrategias los desafían desde sus intereses, promueven un aprendizaje colaborativo y así se empoderan”, afirma Pérez. Además, realizan talleres alternativos de arte, música, cuidado de mascotas y otros temas que nacen de cada una de las necesidades e intereses de los propios estudiantes.
Tras pasar por EMES, la mayoría de los estudiantes reingresan a sus aulas habituales con un cambio de actitud. “En estos años hemos tenido mucho éxito. Además, como intervenimos desde pequeños, en la enseñanza media no tenemos problemas severos. Esta es una medida preventiva”, indica Pérez y concluye que “mejorar la sociedad pasa por la educación. Esa es nuestra tarea”.
Escuela Araucarias de Chile: Hacer comunidad para transformar
Hace 14 años, la realidad de la Escuela Araucarias de Chile, de Conchalí, era muy distinta a la actual. Las agresiones eran parte de la cotidianeidad, por lo que cambiar las prácticas y el estigma que pesaba sobre el establecimiento parecía tarea imposible. María Isabel Carmona fue quien, como directora, asumió esta tarea con una meta clara: transformarse en una escuela que eduque para vivir en comunidad.
“Hemos apostado por que desde la escuela se produzcan los cambios en los barrios de nuestros niños, haciendo partícipes a la comunidad, a los dirigentes y a las organizaciones locales, a través de proyectos comunitarios y campañas. Nuestro foco es formar ciudadanos que les preocupe su entorno, que lo quieran mejorar y que sean solidarios, y para eso tenemos que conocer su realidad”, dice Carmona y afirma que en estos 14 años han disminuido en un 90% los niveles de violencia.
Lograr esto ha implicado distintas estrategias. ¿La primera? Motivar el vínculo afectivo de los estudiantes con su escuela, a través del proyecto “Al jugar aprendo a ser persona”. “Niños que quieren su escuela también comunican eso en sus familias y entornos, y eso genera confianzas. Entonces, desde el principio hemos impulsado esta iniciativa que mejora los espacios de recreación a través de rincones deportivos y artísticos (con taca-taca, pin pon, gimnasia artística, juegos típicos, ajedrez, entre otros) que los niños, niñas y también los adultos pueden usar en los tiempos libres”, explica la directora.
Nuestro foco es formar ciudadanos que les preocupe su entorno, que lo quieran mejorar y que sean solidarios, y para eso tenemos que conocer su realidad”, dice Carmona
Otra de las claves del proyecto educativo es el diálogo, desde la visión de que en la comunidad debe primar el respeto, la escucha y la valoración. Además, son los mismos estudiantes los que crean sus reglamentos de convivencia internos de acuerdo a sus intereses, por lo cual el compromiso con respetarlos es mayor.
Carmona también enfatiza que en la escuela “no existen templos”: su oficina, la sala de profesores y todos los espacios están siempre abiertos a los estudiantes. “Somos muy buena oreja todo el tiempo y entendemos que la afectividad en educación es esencial para que los chicos aprendan no sólo contenidos, sino a ser buenas personas. Esta es nuestra responsabilidad como educadores”, concluye.
Escuela Tegualda: La meditación para mejorar la convivencia escolar
Todos los días, al comenzar las clases, los estudiantes dejan de lado sus puestos habituales y se preparan para meditar. En cada sala existen mantas que los niños y niñas pueden utilizar durante este ejercicio, que es dirigido por el profesor o profesora. Todos ellos no sólo se capacitaron en meditación, sino también en cómo el entorno afecta el aprendizaje, desde la neurociencia.
“Nuestros niños viven en contextos de alta vulnerabilidad, entonces quisimos que relacionaran la escuela con un lugar acogedor y seguro”, expresa Ortiz.
Esto es parte de “Buin Ka Rakiduam” —lugar ameno y de pensamiento, en mapudungún— proyecto que este año comenzó a implementar la Escuela Tegualda, de Talagante, para reducir el estrés con el que llegaban los niños y niñas desde sus casas, y con ello lograr un doble propósito: fomentar los aprendizajes y reducir el alto número de agresiones en la escuela. Así lo explica David Ortiz, encargado de Convivencia Escolar, quien precisa que “nuestros niños viven en contextos de alta vulnerabilidad, entonces quisimos que relacionaran la escuela con un lugar acogedor y seguro”.
Y, efectivamente, ha sido así. A las pocas semanas, los estudiantes comenzaron a mostrar cambios positivos en su disposición en clases. “Los niños logran la calma y esto permite que las clases se desarrollen mejor, sin necesidad de que el profesor los ordene constantemente”, indica el profesional. De hecho, una encuesta interna reveló que un 87% de los estudiantes se sienten comprometidos con la actividad e, incluso, hay familias que la replican en sus casas.
En el establecimiento también realizan campañas frecuentes para sensibilizar a los estudiantes respecto a la violencia, dinámicas para fomentar la afectividad en la comunidad (como el minuto del abrazo) e implementan la metodología de Redes de Tutoría. “Los niños que han participado en Redes están más motivados y esto ha sido un gran aporte para mejorar la convivencia escolar”, dice Ortiz.
“Los niños logran la calma y esto permite que las clases se desarrollen mejor, sin necesidad de que el profesor los ordene constantemente”, indica Ortiz.
Finalmente, indica que “si queremos tener una educación de calidad y ambientes saludables, tenemos que hacer las cosas diferentes y entregar una educación que sea adecuada a lo que necesitan nuestros niños y jóvenes. Eso, junto con establecer redes de apoyo en los territorios, puede marcar la diferencia”.