7 marzo, 2017
En 2015, Patricia Aguirre propuso al colegio público Gregorio Cordovés, de La Serena, impartir una escuela de sensibilización en género. “La idea era hablar de violencia en el pololeo, del mito de que el amor tiene que ser sufrido para ser romántico”, cuenta la investigadora y tallerista feminista. En lo técnico, el taller iba los […]
En 2015, Patricia Aguirre propuso al colegio público Gregorio Cordovés, de La Serena, impartir una escuela de sensibilización en género. “La idea era hablar de violencia en el pololeo, del mito de que el amor tiene que ser sufrido para ser romántico”, cuenta la investigadora y tallerista feminista.
En lo técnico, el taller iba los lunes en la tarde, con 50 estudiantes de 12 y 13 años. En la práctica, fue una catarsis escolar, con niñas que descubrieron por qué se celebra el día internacional de las mujeres y con niños que lloraron en clases cuando comprendieron que no es “natural” que sus papás —sus referentes masculinos— sean tan violentos.
Ahora, esta experta quiere llevar su taller a más cursos del liceo y también a otros colegios de La Serena.
—La presentación del proyecto dice: “el (colegio) mixto se basa en la igualdad entre las personas, pero no incorpora el enfoque de género, lo que niega las discriminaciones culturales entre niñas y niños”. ¿Podrías profundizar en esa idea?—El colegio es uno de los agentes socializadores de niños y niñas. No es neutro en términos de género; replica el currículum formal, el omitido y el oculto, y genera desigualdades. Desde el lenguaje sexista, que un profesor o profesora entre a la sala de clases y diga: buenos días niños (sin incluir a las niñas). O en los textos de historia, donde las mujeres aparecen como apéndice, en un recuadro, sin integrar el continuo de la historia.
—¿Cómo es eso de los distintos currículum?
—El currículum formal es el programa educativo oficial y explícito, donde aparecen las temáticas de los ramos. Son las materias y los contenidos que enseñan los colegios. Hay un estudio de la Red chilena contra la violencia hacia las Mujeres, que analiza varios textos a nivel nacional y concluye que la educación chilena es sexista, porque replica una cultura en la que prima la mirada y la opinión masculina. Los aportes de las mujeres quedan marginados.
—¿Y el currículum oculto y el omitido?
—El currículum oculto es un discurso soterrado. Se ve en educación física, por ejemplo, al dar por sentado que las niñas no pueden hacer ciertos ejercicios. O en esa idea equivocada que tienen muchos profes de que biológicamente los niños son mejores en matemática y las niñas en lenguaje. Esa diferencia no es real, es género. El currículum omitido tiene que ver con que los textos omiten la historia de las mujeres. En los talleres vimos que muchas niñas no saben por qué conmemoramos el 8 de marzo (día internacional de las mujeres) o el 25 de noviembre (día internacional contra la violencia hacia las mujeres). En ellas no existe una conciencia de la historia de las mujeres, porque el registro de la historia es una historia contada por varones. Cuando las niñas analizan los textos escolares no encuentran referentes femeninos. Les preguntábamos si conocían a Boudica, una guerra celta, o a Hipatia de Alejandría, una mujer astrónoma que inventó el astrolabio, y no las conocen. Al analizar los derechos que hemos reivindicado, como a estudiar, a votar, al divorcio o al aborto, vemos que son una lucha activa, pero las niñas no lo ven, porque el currículo del colegio no lo muestra.
—¿Cómo fue la primera clase con estudiantes?
—Lo primero fue una lluvia de ideas sobre conceptos básicos. Con “género”, salió mucho lo de la tela, la cortina. En “sexo”, lo asociaron a hacer el amor, no a algo biológico. No tenían claro qué es un estereotipo, pero sí qué es machismo, como una idea de superioridad de los hombres sobre las mujeres y lo asociaron a la violencia física. Luego, con esos conceptos claros, hicimos la “actividad del extraterrestre”. Se forman grupos para reflexionar sobre los roles y expectativas que existen para niños y niñas. Por ejemplo, que ellas usan el pelo largo y los niños no. Después dan vuelta la lámina y ven que ellos también pueden usar el pelo así. Ahí empiezan a ver que las diferencias son que las mujeres menstrúan y los hombres tienen próstata, que las diferencias biológicas son mínimas, lo demás es estereotipo.
Analfabetismo emocional
En la segunda clase del taller, Aguirre exploró cómo niños y niñas replican estos estereotipos en sí mismos. Ante la pregunta “¿En una palabra, cómo te defines?”, el 77% de las niñas se identificó con términos estereotipados de lo femenino, como “débil”, “tímida” o “callada”, mientras que el 23% restante no se identificó con ninguna palabra. En cambio, el 82% de los niños nombró conceptos como “único”, “inteligente” o “fuerte”. “Estos sentimientos obedecen en gran parte a la socialización diferenciada por género”, explica Aguirre.
—¿Qué otras cosas te llamaron la atención en los talleres?
—Cuando hablamos de las nuevas masculinidades hubo dos chicos que hicieron crisis. Hicimos el ejercicio de escribir un cuento no sexista, la idea era que el personaje fuera un varón cariñoso, que participa en las cosas de la casa, y un niño dijo: ese hombre no existe. Tiene 12 años, cuenta que tiene la voz fina y que desde los 4 años su papá le dice que hable como hombre. “Cómo voy a hablar como hombre, si soy niño”, dice él. Entonces se pone a llorar. Otro chico, cuando hablamos de la violencia doméstica, cuenta: mi papá le dice a mi mamá que ella no es nada sin él. Esa frase lo marca y él dice: “mi mamá sí puede hacer cosas, por qué no lo hace”. Ahí hablamos de que es un fenómeno complejo, que las mujeres tardan entre 7 y 8 años en denunciar. Al final, el niño dice que le gustaría ser distinto a su papá, pero que no se había cuestionado ese modelo, porque pensaba que ésa era la única forma de ser hombre.Un estudiantes del liceo Gregorio Cordovez recibe el diploma que certifica su participación en la escuela de género.
—Por eso incluyeron las nuevas masculinidades en el taller. ¿Podrías explicar este concepto?
—Así como a las mujeres se nos enseña a ser mujeres, los varones también aprenden. Todos los agentes en socialización, como la familia, el colegio, los medios de comunicación, los pares o la religión, están rigidizando formas de ser. El hombre se construye por negación: niega constantemente que es mujer y que es niño, incluso cuando es niño. Esas estructuras tan rígidas no tienen por qué ser así. En los talleres mostramos que ese analfabetismo emocional, eso de resolver los problemas desde la violencia y la ira, también les pasa la cuenta. Si abordamos estos temas sólo con ellas, ellos van a seguir en el modelo antiguo, buscando una mujer obediente o sumisa, que ya no existe.
—También trabajaron con profes, ¿fue difícil decirles que tienen sesgos?
—Hubo mucha resistencia porque fue un taller que no pidieron. Aplicamos un instrumento que medía neutralidad de género y conocimientos. El 90% nunca había escuchado hablar de currículo oculto. El 50% dijo que en el colegio no hay diferencias de género. Entonces hicimos tres talleres participativos y logramos que visibilizaran estos sesgos en el lenguaje sexista y en casos cotidianos.
—¿Cuál es la mayor dificultad para desarrollar talleres como estos y empujar un cambio cultural?
—La primera dificultad es la falta de interés. Este proyecto no surge del Mineduc, yo se lo presenté a diez colegios y solo uno decidió hacerlo. Tiene que haber voluntad para institucionalizar esto. Con los estudiantes vimos que sí les interesa el tema, que conecta con sus experiencias de vida. Estoy en conversaciones con la directora del colegio, Oriana Mondaca Riquelme, (que ha sido la única directora mujer de este colegio que se fundó en 1821) para llevar el taller a los octavos básicos este 2017. La idea también es buscar mecanismos para replicarlo en otros colegios, porque entender la teoría de género es la única forma de lograr la igualdad.
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