13 diciembre, 2016
Columna escrita en el marco del Diplomado de Liderazgo y Derechos Estudiantiles de Unesco y Educación 2020 Por Felipe Monsalves, estudiante de derecho de la UDP. Esta mañana, junto con preparar el desayuno, prendí la televisión, busqué las noticias y durante la media hora que aguanté al desganado periodista, solo pude ver notas sobre asaltos, “portonazos” y […]
Columna escrita en el marco del Diplomado de Liderazgo y Derechos Estudiantiles de Unesco y Educación 2020
Por Felipe Monsalves, estudiante de derecho de la UDP.
Esta mañana, junto con preparar el desayuno, prendí la televisión, busqué las noticias y durante la media hora que aguanté al desganado periodista, solo pude ver notas sobre asaltos, “portonazos” y dos minutos sobre la muerte de Fidel. Por más que esperé, no encontré nada sobre la huelga legal mantenida por los trabajadores de Sodimac. Para qué hablar del plazo recién vencido sobre los cabildos regionales.
Toda esa nebulosa de información, que sólo rellenaba mi mañana con información irrelevante y alarmista, me hizo pensar en la tesis de Neil Postman, en “Amusing ourselvers to death: public discourse in the age of show business”, donde compara “Un mundo feliz” de Huxley y “1984” de Orwell y plantea que a lo que debemos temer no es a una manipulación o tergiversación de la información o a la verdad por parte de los medios de comunicación, sino a que la verdad sea ocultada en un mar de irrelevancia.
Traté de investigar qué sucedía con los cabildos y me encontré con las “propuestas” para la redacción de la Nueva Constitución. En estas “propuestas”, como primera opción, nos ofrecen que la terna sea conformada por una comisión bicameral, configurada por los mismos de siempre, una improbable asamblea constituyente, que, para darse, debiesen sortearse muchísimas barreras, o que fuese configurada la comisión de manera mixta, en la cual participarían tanto políticos como la población civil, entiéndase al ciudadano de a pie, que serían elegidos por votación popular, para así transparentar los procesos y darle una real participación a la ciudadanía. Pero, oh, estos serán subsidiados para ser elegibles con fondos dados a los partidos políticos, por lo que los fondos provendrían indirectamente de ellos.
Me surgen las siguientes interrogantes, ¿existiría realmente una independencia de la ciudadanía como poder constituyente si estos fueran subsidiados por los partidos? ¿Podrían ejercer su labor representando las ideas generadas en los cabildos, si se encuentran en deuda con los partidos? O, más grave aún, ¿sería legítimo?
Lo triste es que este nuevo proceso constituyente se ganó en la mismísima calle, con estudiantes, obreros, profesores y trabajadoras, quienes dejaron los pies manifestándose y exigiendo un cambio, marcando su voto con AC, esperando un cambio real, luchando durante más de 30 años para poder borrar la mancha más oscura del tirano.
Como decía José Carlos Mariátegui, escritor y pensador peruano, “ni calco ni copia, sino una creación heroica”. Se refería a la creación de un socialismo a la peruana, considerando todos los elementos de la sociedad, tanto a los pueblos originarios como a su construcción ideológica colonialista, sin dejar espacio para imitaciones, y adaptándose a su realidad.
Pienso que así debería ser creada nuestra constitución, una constitución a la chilena, prevista de las necesidades reclamadas en los cabildos, representando tanto al pueblo indígena con sus tradiciones, como al pueblo mestizo. Esto denota la reciente desconfianza hacia la clase política y a su actuar, en el que nuestro anterior presidente tiene a la mitad de su gabinete histórico procesado por distintos delitos políticos. Por eso, un subsidio a través de los partidos políticos sólo seguiría demostrando lo divorciados que están con la realidad y el sentir nacional.
Como resultado, tenemos a los mismos de siempre, quienes, en conjunto con los medios de comunicación tradicionales (los cuales tampoco son independientes), nos sustraen la oportunidad de poder elegir y determinar cómo gobernarnos, a vista y paciencia de todos. Uniformando la información, bombardeándonos de contenidos superfluos, alejándonos del ethos, manteniéndonos en una pasividad que da la sensación de que el pueblo no tiene memoria.
Este tipo de creación y transformación constitucional se caracterizan por ser procesos largos y tediosos, que por su alta complejidad solo se dan en ciertos momentos históricos, ya sea en 1823, 1833, 1925 o 1980, solo por nombrar las más recientes. Por consiguiente, de seguir así, solo nos bastaría esperar para que podamos tener NUESTRA Constitución, tal vez, en 50 años más.
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